Saber que está bien, que sonríe, y que no le falta de nada, nos hace felices. Quizás por cómo es, o por los momentos vividos a su lado. O simplemente porque es especial.
Cuando esa persona se hunde, nada es como antes. Porque ya no sonríe. Tratamos de ayudarla de cualquier forma que nos es posible. Escuchamos. Comprendemos. Aconsejamos. Apoyamos. Hacemos cualquier cosa con tal de devolverle la felicidad. Tratamos, sobre todo, de hacerle sentir especial. De hacerle sentir bien. De demostrarle que es la mejor persona del mundo y que pase lo que pase, siempre estaremos ahí. A su lado. Y esperamos, tan solo, que vuelva a ser feliz. Que vuelva a sonreír. ¿Por qué? Quizás porque la queremos. O porque se lo merece. O porque su felicidad es nuestra felicidad. O, simplemente, porque creemos que es la mejor persona del mundo. Esa persona por quien darías todo. Esa, que a la mínima te saca una sonrisa. Y quien tiene la sonrisa más bonita cuando es feliz. La misma persona por la cual te levantas cada mañana. La razón de tu felicidad. Esa persona, sin la que no eres nadie. Esa persona, que no sabes por qué está en tu vida, ni por qué no apareció antes, o mismo por qué apareció, pero que es lo mejor que te ha pasado, y de repente; eres feliz. Porque te quiere. Pero, sobre todo, porque vuelve a sonreír.